Conmemoraciones y fiestas nacionales
Las conmemoraciones son momentos de reflexión en los cuales se reescribe la historia o se diserta sobre cómo recordarla y cómo contarla, y qué valor político se quiere dar a cada coyuntura de la historia, la nación y el Estado. Por eso, las conmemoraciones de centenarios o bicentenarios van cambiando de signo y de contenido, en función de ese imperativo narrador y de los hechos que se quieren reescribir.
Las celebraciones históricas o conmemoraciones son fenómenos modernos que antes no correspondían a la historia sino al ámbito religioso o al calendario agrícola. En cambio celebraciones como el descubrimiento de América, el día de la Raza, de la Hispanidad o el encuentro entre dos Mundos obedecen a decisiones políticas, no históricas ni historiográficas y satisfacen un fin: reescribir la historia oficial o justificarla y, a su vez, olvidar ciertos acontecimientos que fueron incómodos para las elites de poder, como el no querer recordar las sublevaciones indígenas, las rebeliones o genocidios, eludiéndolos.
Las celebraciones tienen tres lógicas o intencionalidades: la de crear una conciencia de identidad nacional o regional; la de establecer una disputa entre diferentes fragmentos de memorias; y la del afán de justicia como anhelo de encontrar una explicación de acontecimientos que han sido negados o encubiertos por las elites vencedoras; pero, sobre todo, abren a la historia un campo de reflexión para saber quiénes somos, de dónde venimos y a dónde queremos llegar.
Una conmemoración no es una celebración de las fiestas patrias del Estado ni de las hazañas de unos hombres concretos tampoco es una fiesta cívica, es más bien una reflexión colectiva de lo que debimos ser y no fuimos y de los que queremos llegar a ser.
Cualquier celebración debería incluir una reflexión sobre la historia o una interpelación al relato que de la misma se nos ha hecho y al porqué se ocultaron ciertos hechos; de la misma forma debería ser un enjuiciamiento crítico de la historia oficial que nos negó una parte del pasado, aquella que no convenía o no interesaba que conociéramos. Un bicentenario o una fecha como la del 12 de octubre nos deberían llevar a pensar en la nación que no tuvimos, la que no construimos y la que encubrimos o negamos.
Con-memorar supone establecer una negociación de memorias que se enfrentan, se contraponen y dialogan, de ahí la importancia de aprovechar las conmemoraciones y otras actividades, como el mapeo o los lugares de la memoria, como puntos de encuentro y de reflexión que nos lleven a negociar y reinterpretar nuestra memoria colectiva y escribir nuestra historia. A considerar también la mirada de los sectores subalternos que fueron ocultados, y que cuestionaron y cuestionan el proyecto de nación y los símbolos patrios tradicionales como la bandera, el escudo, el himno nacional, porque no representan al conjunto de la ciudadanía ni a los Pueblos originarios. Rescatar todas las miradas olvidadas o no reconocidas contribuirá a reescribir una nueva Historia y a renegociar nuestra Memoria.
II. Antecedentes de la celebración del “día de la raza”
Las conmemoraciones centenarias del Doce de Octubre que se llevaron a cabo en 1892 y 1992, como la que se celebrará en breve, en 2021, como el Bicentenario de las Independencias, muestran otra perspectiva: la de la manera como celebraciones de alcance continental se constituyeron en escenarios de debate por la identidad americana, donde participaron diversos actores que confrontaron sus interpretaciones del pasado, mediante festejos, duelos, objetos e inscripciones simbólicas, lugares o placas creadas para la activación de la memoria, y en los cuales se expresaron estrategias de control simbólico del pasado y momentos de disputa y de consenso con esa fecha emblemática del 12 de octubre. Yo creo que ahora nos encontramos en un momento de disputa, de revisión crítica y emancipadora de aquellos acontecimientos que marcaron un hito en la construcción identitaria española y americana que dista mucho de lo que fue y que se proyectó en esa etapa de la historia, una etapa totalmente obsoleta ya.
Por ello la conmemoración del “día de la raza” en 1892 como en 1992 como ahora el Bicentenario de las Independencias nos permiten analizar como las celebraciones se constituyeron en escenarios de debate por la identidad americana, en donde participaron diversos actores que confrontaron sus interpretaciones del pasado, con festejos, duelos, objetos e inscripciones simbólicas, que activaron la memoria y expresaron estrategias para el control simbólico del pasado. [1]
La celebración del “día de la raza”
A raíz del IV Centenario de 1892 empezaron a difundirse las celebraciones del 12 de octubre hasta su oficialización, en 1918, como fiesta nacional en España, denominada «Día de la Raza». Esta conmemoración anual ilustra cómo amplios sectores de las élites españolas pudieron converger en la creación de un imaginario común para eludir el riesgo de fragmentación que la pérdida de las colonias americanas y Filipinas amenazaba la unidad del país y se vivía como un fracaso nacional.
Los colectivos más activos y pioneros de la difusión del ideario americanista a través de un símbolo, como el del 12 de octubre, procedían de la periferia peninsular (principalmente Cataluña y Andalucía) y de los inmigrantes españoles instalados en América, afectados de una cierta nostalgia del pasado colonial. Sólo en un segundo tiempo esas iniciativas recibieron el decisivo respaldo de las élites y autoridades centrales. Al enfocar este proceso de vertebración nacional con una referencia exterior, vemos que el arraigo progresivo de esa fiesta manifiesta que la identidad colectiva española fue una construcción de abajo arriba, o incluso de fuera adentro, y no el resultado único de la imposición del Estado y de las élites centrales.
Así nos interesaremos por los factores que explican el éxito notable del mito de la Raza hispana/íbera en el discurso público, aunque también su definición y uso produjeron crecientes desencuentros a raíz de la crisis del régimen de la Restauración y su sistema bipartidista. Al deconstruir la idea de «Raza» y la fiesta epónima, nuestro objetivo es resaltar la fuerza de la referencia americana para reunir en un mismo haz las identidades múltiples —local, regional, nacional e incluso panhispánica- del imaginario español y americano.[2]
Gracias al naciente movimiento americanista se recuperó entonces un doble mito: por una parte, el concepto decimonónico de la «Raza» como sustrato de una comunidad hispánica supuestamente unida más allá de las emancipaciones; por la otra, la recuperación del 12 de octubre de 1492 como fecha fundacional susceptible de aunar todas las clases sociales, sectores ideológicos y territorios que componían la nación española.[3]
Para justificar la ansiada reconciliación hispanoamericana, los «americanistas» españoles insistían en la herencia común lingüística, cultural, jurídica, etc., que ambos espacios seguían compartiendo más allá de la ruptura de las independencias. Asimismo, pretendían apoyar este reencuentro trasatlántico en los intereses comunes que estas naciones tenían, desde las relaciones educativas y culturales hasta los intercambios diplomáticos y comerciales.
Curiosamente, y no por casualidad, esta ideología surge precisamente cuando iba desapareciendo el imperio colonial español, el americanismo se integró en la campaña para superar la crisis finisecular surgida en torno al “desastre del 98”, y entró de lleno en la efervescencia regeneracionista que entonces ocupaba a distintos sectores de sus élites. Lo cierto es que, desde las últimas décadas del siglo XIX, el hispanoamericanismo constituyó un rasgo esencial del nacionalismo español. Intelectuales españoles y americanos krausistas y regeneracionistas, como Rafael Altamirano o Adolfo Posada, contribuyeron a la creación de esta comunidad imaginada como fue Hispanoamérica, pero también surgió de las elites intelectuales latinoamericanas como Rodó, Masferrer, Vasconcelos, Montalbo, Arguedas, etc.
Resulta curioso que, la reconstrucción de un mito, de una comunidad imaginada surja y se consolide cuando el imperio americano ya lo ha perdido España en 1898.
Entre estos soportes del imaginario y de la identidad nacional, el que mejor cristalizó en la memoria colectiva y las prácticas conmemorativas fue el 12 de octubre, aniversario del Descubrimiento, de modo que América pasó simbólicamente a ser la matriz de la comunidad nacional española, capaz de enlazar con un pasado del que ésta podía presumir y ofrecerle una identidad a la vez unitaria y plural.
III. El mito de la raza
El mito de la «Raza hispana» surgió por primera vez en las décadas 1830-1840, cuando para muchos autores el continente americano se iba convirtiendo en terreno de enfrentamiento entre los pueblos latinos y anglosajones, portadores unos y otros de civilizaciones basadas en la expansión imperial. Desde la perspectiva española, la «Raza» aparecía como el sustrato de una comunidad imaginada que compartía elementos identificadores, como la lengua, la religión, la tradición, el pasado común, así como un parentesco étnico. Al respecto, la categoría racial pronto se autonomizó de la estricta referencia física para abarcar elementos culturales; y sería utilizada de este modo durante décadas para organizar las percepciones de las relaciones entre los diferentes pueblos del mundo. El primero en identificar al conjunto de países hispanohablantes fue el dominicano, Francisco Muñoz del Monte (1856), que ya hablaba de rivalidad de razas.[4]
Entre los años 1870 y 1930, el mito hispánico de la Raza fue cobrando sustancia, llegando a convertirse en un elemento esencial del pensamiento sobre la identidad española y americana: La Hispanidad.
Dicho éxito se debe a que el vocablo «Raza» no se limitaba en su empleo a designar el fondo cultural común a España y sus ex colonias, sino que se integraba de lleno en el discurso regeneracionista, en particular gracias a los avances de varias ciencias sociales -la sociología y la antropología- y sobre todo la influencia del darwinismo social de Spencer y Comte no solo en España sino en América Latina.[5]
La influencia de Rodo con su contraste entre raza hispana y raza anglosajona y los valores asignados a cada una de ellas y el despertar del hispanismo en toda América Latina frente al rechazo del anglosajonismo, generaron un reforzamiento de la idea de raza hispano-americana como comunidad imaginaria o como comunidad racial. Por primera vez, desde las independencias, surgían rasgos de carácter étnico-cultural para definir a las naciones, aunque estas estuvieran circunscritas a aspectos más raciales y fenotípicos que culturales y aunque esta idea de raza, tuviera sin duda una preponderancia de la supremacía de la raza blanca o hispana y para nada se hablara de los indígenas y de los afrodescendientes de las nuevas repúblicas.
Como se puede observar en un político e intelectual conservador, la raza era definida como una «agrupación natural de la familia humana», lo cual justificaba para él la pretensión española a liderar una todavía hipotética comunidad hispanoamericana de países oriundos del tronco ibérico. De ahí la atención de aquella generación finisecular de historiadores por los procesos de decadencia y retroceso de las naciones latinas, interpretados desde una perspectiva darwinista, como el futuro de una lucha de clases”, en donde sin duda la raza blanca era la destinada a gobernar y liderar la comunidad imaginada.
De hecho el nacionalismo español y buena parte del latinoamericano surge de este imaginario rancio de que “la nacionalidad hispana es una nacionalidad de razas”, en donde las razas inferiores – la amarilla, la cobriza o la negra- deberán de ser absorbidas por la raza superior.
Este imaginario de un hispanismo racial y racializante es que el encontramos en autores, como Arguedas, raza de bronce, o en Ingenieros, González Palma, Octavio Bunge o, sin ir más lejos, en Miguel Ángel Asturias o en Vasconcelos que creó como lema de la Universidad de México la idea de que “por la raza hablará mi espíritu”
Esta nacionalidad ecuménica válida no solo para la construcción de la identidad hispana sino también de Cataluña y de buena parte de las nuevas repúblicas americanas con la dispersión de la ideología del hispanismo, se plasmó de manera clara con la celebración del 12 de octubre, como día de la Hispanidad y día de la Raza, en donde ambos términos se convierten en sinónimos.[6]
El desarrollo de las conmemoraciones del 12 de octubre refleja la fiebre historicista que se apoderó de la sociedad española con el cambio de siglo. Como emblema de toda la empresa colonizadora, protagonizada por España el 12 de octubre, se convirtió a partir de la década 1910, en uno de los principales núcleos de la acción nacionalizadora, difundiéndose por la Península ibérica y por las repúblicas americanas, institucionalizándose como “el día de la raza”.[7]
Habría que hacer la salvedad de que la Fiesta de la raza y de la hispanidad, no fue una construcción propia de la dictadura de Primo de Rivera y del franquismo, sino que había sido institucionalizada con anterioridad por intelectuales de diversas ideologías entre ellas, el krausismo y el regeneracionismo hispano, con figuras como Altamira, Posada, y también por el catalanismo y otras regiones de la periferia española. Se difundió gracias al amplio consenso de la sociedad civil, antes de la llegada de la dictadura franquista, cuando la fiesta se institucionalizó aún más y se impuso desde arriba. Como vimos, su origen y celebración fueron bastante anteriores y obedecieron a la necesidad expansionista de España y también de las nuevas repúblicas, que volvieron su mirada hacia España como “la madre patria” frente al nuevo imperialismo yanqui, como una manera de buscar una identidad consensuada hispanoamericana.[8]
Por último, pero no menos importante, la creación de este “imaginario racial” es fruto del expansionismo colonial de las metrópolis con el que se fundamenta un sustrato racista que justifica todo sistema de expansión y dominación colonial.
Racismo y colonialismo son dos caras de la misma moneda, como decía Franz Fanon, “El racismo no es un fenómeno «innato» en los hombres, ni tampoco una disposición psicológico-mental, es una forma de discriminación social que va de la mano con la aniquilación cultural, la dominación política y la opresión militar de los pueblos colonizados, en el marco de la explotación económica capitalista del hombre por el hombre, del Tercer Mundo por los países metropolitanos. [9]
Históricamente y desde la aparición del capitalismo, el racismo ha cumplido una función vital para el sistema. Ha proporcionado y sigue proporcionando la justificación de los genocidios cometidos contra los pueblos sojuzgados”.
Para este autor, el colonialismo es un fenómeno social de naturaleza cultural que trae consigo el fenómeno del racismo, (Fanon, 1965). Ese desprecio por el nativo -del que aún somos testigos hoy- por considerarle inferior e irracional; ese odio exacerbado hacia el “diferente”, así como el maltrato y la represión son mecanismos inherentes a la dominación… Para Fanon (1965), el racismo no es más que un elemento de un conjunto más vasto: el de la opresión sistematizada de un pueblo. [10]
IV ¿ Que supuso este nacionalismo racial para América Latina y en especial para Guatemala y por qué ahora resulta rancio y obsoleto?
- En primer lugar, una festividad de esta naturaleza y durante más de un siglo, supuso afianzar la idea de que las razas eran un término válido para catalogar a los pueblos y ciudadanos de diferentes países; así como la de que había una raza superior, la occidental o la supremacía blanca, que era la destinada a gobernar en España y América Latina dio un espaldarazo a la idea de que las razas son el elemento central que confiere identidad a los Pueblos.
- Significó aceptar la idea del positivismo decimonónico de la existencia de razas superiores e inferiores; de que habían razas, la raza Ibérica y la anglosajona, destinadas a gobernar el mundo occidental y que las demás razas debían o de desaparecer o sufrir un proceso de mestizaje o de blanqueamiento para poder configurar una nación blanca y una cultura superior.
- Llevó a considerar que la categoría raza obedecía estaba respaldada por una teoría científica aplicada al conjunto de la humanidad por la que la supremacía blanca era la llamada a gobernar el mundo.
- Supuso asignar a cada raza no solo un color sino unos caracteres, prejuicios y estereotipos, unos atributos determinados por sus rasgos genéticos – indio haragán, árabe ladrón- que predeterminan una cultura y una forma de vida. Por ejemplo, la raza ibérica era signo de honradez, nobleza y generosidad, frente a la raza india, indolente, conformista, degenerada, etc.
- Significó invisibilizar o excluir a otros grupos étnicos, pueblos originarios, afroamericanos, incluso mestizo- ladinos, cuando se refería el día de la RAZA, solo a la raza ibérica, la raza hspana, como si existieran las razas y como si solo hubiera una raza, la raza blanca.
- Lo mas grave de todo ello es suponer que había una raza hispana, con valores culturales y una identidad común hispano o iberoamericana como una comunidad de naciones que se apoyaba y colaboraba en un marco de igualdad y de identidad común, cuando, sin duda, no estaban presentes -ni siquiera se mencionaba a otros grupos étnico-culturales- ni existían otras naciones pluriétnicas, multilingües y multiculturales, con lo que se creaba la falsa idea, manejada no solo por España sino por toda Europa, de que América continuaba siendo parte del “Imperio español imaginario”, siendo la lengua, la cultura y la religión los baluartes de esa comunidad hispana o de que América era el extremo Occidente, negando de esta forma todas las demás culturas, cosmovisiones y representaciones sociales existentes en el continente
V ¿En qué favoreció a las elites de poder este imaginario nacionalista de hispanidad extendida?
En la falsa idea y extravagante de que somos un país de raza blanco-criolla porque nuestros antepasados provienen de la Madre Patria y por ello estamos justificados para ejercer el poder.
En el falso supuesto de que somos una nación homogénea, gracias al blanqueamiento de toda la población o a la ladinización, cuando no fueron reconocidas ni se tuvieron en cuenta las otras culturas, la diversidad étnico-cultural ni de género.
En el prejuicio de considerar que a cada raza le corresponden unos rasgos físicos y culturales que viene determinados genéticamente y no se pueden modificar, y solo en parte, a través de políticas de mejora de la raza o del exterminio.
En la aparente idea de que el único derecho que existe es el derecho positivo o el constitucional heredado de las Cortes de Cádiz o del constitucionalismo europeo, desconociendo todos los otros derechos forales, locales y consuetudinarios.
En la falacia de que solo existe una religión verdadera y que todas las otras prácticas religiosas o cosmovisiones obedecen a ideas diabólicas y conducen a la perdición.
En especial, en adoptar el racismo como un fenómeno histórico -estructural que ha justificado no solo la superioridad de unos grupos que se consideran blancos y/o criollos y en servirse de esta ideología para justificar un sistema de desigualdades, de exclusiones, de opresiones y explotaciones, pero sobre todo un sistema global de dominación.
Supuso justificar que por ser una raza superior genética y culturalmente y tener una identidad supranacional – la Hispanidad y la raza hispana- teníamos el derecho de gobernar y dominar al conjunto de la sociedad, a apropiarnos del Estado y blanquearlo con las leyes, el censo o la eugenesia, si hiciera falta.
A su vez, se justificó el uso de la fuerza hasta llegar al genocidio, si los pueblos originarios u otros grupos étnicos se rebelaban o no aceptaban los términos de la dominación y el sojuzgamiento.
Significó aceptar que había una cultura nacional procedente de España y de la comunidad hispana que era superior y debía imponerse al conjunto de otras culturas, idiomas y cosmovisiones.
Supuso pensar que éramos una nación blanca y/ o ladina que nos hacía superiores y excluir a los otros grupos, pueblos o ciudadanos que no lo eran en función de sus rasgos genéticos o culturales.
En pocas palabras, favoreció la creación de una nación homogénea que aceptaba la blancura como rasgo constitutivo, y un Estado racista y autoritario que aceptaba el liderazgo de unas elites de poder que se consideraban blancas y sin mezcla de sangre.
Por último, creó una cultura de violencia, sojuzgamiento y subalternidad, basándose en la falsa idea de la existencia de las razas, de un nacionalismo trasnochado fundamentado en unos rasgos físicos y culturales – ser españoles o hijos de la madre patria y de la supremacía blanca- que aún siguen siendo hegemónicos en Guatemala y en buena parte de los países latinoamericanos; en un orgullo heredado de pertenecer a una identidad hispana en vez de reivindicar su pertenencia, como los intelectuales de principios del siglo XX reivindicaron, a Nuestra América. Sin duda este factor ha tenido efectos muy perniciosos, como la discriminación étnica y de género, la profundización de las desigualdades, la pobreza, la injusticia, el miedo, la corrupción y, sobre todo, ha movido a una violencia permanente y sistemática por parte del Estado y de otras instituciones y aparatos ideológicos, como la iglesia, el sistema educativo, y normativo contra de otros Pueblos originarios, afrodescendientes, migrantes u otros grupos diferentes a los que se considera “bárbaros o salvajes”, que, si no se pliegan, está justificada su muerte o desaparición.
VI ¿Qué significa para los Pueblos originarios estas celebraciones y el acontecimiento en sí mismo?
- Supuso la interrupción de un proceso civilizatorio propio que indicaba el desarrollo social, político y cultural de grandes civilizaciones americanas y en especial la civilización Maya
- Significó el despojo y la apropiación de las riquezas materiales preciosos, como oro y plata, pero sobre todo la tierra y el trabajo de la población autóctona.
- Marcó el inicio de una violencia sistemática en contra de los Pueblos indígenas y afrodescendientes y un ataque a sus culturas y cosmovisiones.
- Considerar a los Pueblos originarios como salvajes, bárbaros e infieles y someterlos a trabajos forzados por considerarlos inferiores o menores de edad.
- Despojar y destruir su cultura y su cosmovisión por considerarlas bárbaras, idólatras y fanáticas, no dignas de ser consideradas cultura.
- Supuso una segregación residencial y racial y considerar la pigmentocracia como el principio básico para someter y sojuzgar a los Pueblos originarios y, posteriormente, denigrarlos como pueblos inferiores.
- Significó considerar que el color de la piel y el status de “indio” era el que marcaba la jerarquía social, en donde el criollo o peninsular y después el blanco ocupaban el vértice de la pirámide, y el indio y/o el negro el último escalón,
- Instauró la raza y el racismo como motor de la dominación y el principio básico de toda la explotación, agresión y dominación de la sociedad colonial y de los siglos venideros, de ahí que hablemos de racismo histórico-estructural.
VII Alternativas a esta situación
Ante la crisis de paradigmas del proceso civilizatorio occidental que estamos viviendo y que el coronavirus ha puesto de manifiesto, se abren varias alternativas para un cuestionamiento, una reflexión crítica y un enjuiciamiento de esta ideología y de una conmemoración trasnochada:
- Cuestionar los paradigmas existentes como las identidades únicas, la hispanidad, la nación homogénea, la religión verdadera, el capitalismo mundial, la supremacía blanca, que solo sirven para justificar formas de dominación y sojuzgamiento.
- De-colonizar el pensamiento eurocéntrico y las narrativas obsoletas buscar nuevas formas de aproximarnos a la nueva realidad mundial con fundamento en nuevos presupuestos decoloniales, feministas, ecologistas y otros pensamientos emancipadores frente a ideologías obsoletas y caducas.
- Comprender que las identidades no son únicas ni esenciales, sino son construcciones que obedecen a diferentes intereses de las elites de poder; que existen múltiples identidades y no son la única forma de establecer alianzas y proyectos; que muchas veces pasan por otras variables como la clase, de género, etaria que se oponen a la exclusión, la marginación o la lucha en contra de la injusticia, la desigualdad o la corrupción, como conquistas ciudadanas.
- Luchar contra el racismo, especialmente el racismo epistémico, estructural, cotidiano y cultural, así como contra el machismo y el colonialismo externo e interno, en la búsqueda de nuevas formas de aprehender el mundo desde la decolonialidad, las ideología emancipadoras y desde epistemologías del sur, para profundizar en las raíces auténticas de nuestros pueblos y en las corrientes de pensamiento y acción autóctonas americanas.
- Buscar y construir nuevas identidades y representaciones sociales que sean más omnicomprensivas y nos permitan unirnos e identificarnos como pueblos indígenas, mujeres, mestizo/ladinos, migrantes, jóvenes, ciudadanos/as, en donde todos nos sintamos representados y reconocidos en esa nación plural, multicultultural, plurilingüe y multiétnica que es Guatemala.
[1] Ian Rachum, Origins of historical significance of el dia de la raza, en Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y el Caribe, abril,2004, JSTOR
[2] David Marcilhacy, “América como vector de regeneración y cohesión para una España plural: «La Raza» y el 12 de octubre, cimientos de una identidad compuesta” en Hispania, vol CXXIII, mayo-agosto,2013 pp: 501-524
[3] Mario Rodriguez, La Celebración de la raza, una historia comparativa, en Revista de Indias,2009
[4] Mario Rodriguez, La celebración de la raza op cit.,
[5] David Marcilhacy, “La vertebración de España…op.cit.
[6] David Marcilhacy, “La vertebración de España…op.cit. 507
[7] R Sandra Patricia, Conmemoraciones del histórico 5º centenario del 12 de octubre, debates sobre la Identidad americana, en Revista de Estudios Sociales, Uniandes,2011
[8] David Marcilhacy, La vertebración de España…..op.cit.,510
[9] Franz Fanon, Piel Negra, Mascaras Blancas, FCE, 1974
[10] Franz Fanon, Por la Revolución Africana, FCE,1965.
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