Somos más de un millón de feminazis en España y millones en el mundo entero, exigiendo nuestros derechos a la igualdad entre hombres y mujeres y el respeto a nuestras diferencias de género.
Esta carta va dirigida a todas aquellas jóvenes que no estuvieron en las manifestaciones del 8M y que se atreven a etiquetarnos de “feminazis” por defender los derechos a la igualdad y el de las mujeres a no tener miedo, a no ser violadas y a ser libres e independientes frente al embate de los partidos fascistas en Europa y América.
Queridas hermanas, colegas y desconocidas: tengo 70 años y nunca me he considerado “feminista”, porque rehúyo de etiquetas, aunque toda mi vida he luchado y defendido los derechos de las mujeres, especialmente de las mujeres más vulnerables y desfavorecidas por su condición de clase, género o etnia.
Todavía recuerdo la época franquista, eso sí que era un régimen fascista y un estado dictatorial y asesino, en donde las mujeres no teníamos derecho al divorcio ni a utilizar anticonceptivos y, mucho menos, al divorcio; ni siquiera teníamos derecho a abrir una cuenta en el banco o a firmar cheques o tener tarjetas de crédito y, mucho menos, a ser dueñas de nuestro cuerpo y a abortar.
Recuerdo las múltiples luchas que tuvimos que hacer en un régimen – ése sí fascista y heredero directo del nazismo- en donde no había libertad y las mujeres eran maltratadas y asesinadas sin tener derecho a un juicio o a una defensa legal. No digamos los homosexuales, que eran perseguidos y encarcelados, y en el que defender los derechos de las personas LGTBIQ era una utopía.
Muchas de nuestras compañeras de universidad fueron perseguidas por defender estos derechos – Fini Rubio, Cristina Almeida, María Ángeles Durán, Cristina Alberdi, Lidia Falcón – y muchas otras sufrieron cárcel en aquellos años. No digamos en Guatemala, que posee la tercera tasa más alta del mundo después de El Salvador Jamaica y México, países en donde los juicios son escasos para condenar a los culpables.
Durante la década del 60, poco a poco y con
muchísimo esfuerzo, con paciencia y perseverancia, pero también manifestándonos
en las calles y protestando en todos los foros, logramos ir conquistando
nuestros derechos. Las jóvenes que osáis etiquetarnos como “feminazis” no os
dais cuenta de que, gracias a esa lucha y a esas conquistas legales y sociales,
ahora podéis ser libres y vivir como mujeres independientes; podéis decidir
sobre vuestros cuerpos y vuestra sexualidad, aunque todavía no sobre la
custodia de vuestros hijos, como se ha demostrado en más de un juicio, ni sobre
vuestras vidas, por la cantidad de violaciones y asesinatos de mujeres que aún
se dan en España y en América Latina sin el castigo merecido a los culpables.
A aquellas jóvenes que no estabais en la
manifestación del 8M defendiendo vuestros derechos, quiero aclararos –por si no
lo supierais- que el vocablo que utilizáis con tanto desparpajo lo acuñó, en
Estados Unidos en 1996, un profesor de la Universidad del partido conservador y
miembro de la secta integrista, Rush Limbaugh, en su libro Como deben ser las
cosas. Un texto en el que no solo aboga por la abolición del aborto y del
divorcio, sino que se muestra partidario de que todas las mujeres nos retiremos
al ámbito privado para cuidar de nuestros niños y nuestros maridos. Ese
movimiento reaccionario y retrogrado compara el aborto de las mujeres con el
holocausto nazi e incluso justifica el maltrato a las mujeres, porque algo
habrán hecho. Ese movimiento reaccionario y autoritario de corte nazi es el que
ha contribuido a que la derecha norteamericana primero y después los partidos
de corte fascista en Europa estén subiendo en las encuestas; esos partidos
“filonazis”, influidos por uno de los mayores detractores de los derechos de
las mujeres, Steve Bannon, un gran soporte de la supremacía blanca, considera
que ser etiquetado de “«racista, machista y xenófobo» es un honor”. Bannon es
uno de los ideólogos que están formando y financiando a los partidos filonazis
de Europa, que además de que se declaran contrarios a todas las libertades, que
tanto esfuerzo nos ha costado mantener, son partidarios de devolver a las
mujeres a la casa y a restringir o anular las leyes contra la violencia de
género. Sobre todo, porque en el fondo, costamos más baratas si nos mantienen
encerradas en “nuestro lugar”. Además, quieren restablecer las relaciones de dominación,
humillación y subalternidad en las que se nos ha mantenido durante años. En el
fondo, además de por las razones económicas esgrimidas, lo hacen porque nos
temen. Tienen miedo de nuestras capacidades, de nuestras conquistas; les da
rabia nuestra libertad y que hagamos uso de nuestro sexo y de nuestro cuerpo.
Nos tienen miedo, como se lo tienen a los “chicanos”, “mexicanos”, a los
“moros”, a los “negros” y a los” indios”, a todos aquellos grupos subalternos
que hoy en día esgrimen y alzan su voz para exigir el derecho a tener derechos.
Siguen creyendo aún, como Trump y Putin y tantos otros líderes europeos y
latinoamericanos, en las ideologías trasnochadas del siglo XIX, que defiende la
supremacía de la raza blanca y la superioridad del hombre.
En el fondo son
unos racistas y unos machistas que pretenden a toda costa seguir manteniendo el
poder, a costa de todos los otros grupos subalternos como los de mujeres,
indígenas, afroamericanos, palestinos. Este sí que es el fundamento del nazismo
y de los fascismos, viejos y nuevos.
No somos solo las mujeres ¡ojo! No somos las
únicas: son los indígenas, los inmigrantes, los jóvenes; son todos aquellos
grupos subalternos que luchan por hacer valer sus derechos, que gritan y exigen
el derecho a tener igualdad real de derechos, que exigen el fin de la opresión,
de la explotación y de la discriminación étnica, de clase o de género. Somos
todos aquellos quienes hemos decidido decir ¡basta ya! al machismo y a la
supuesta supremacía blanca, al control de un pequeño grupo de poder, esa elite
“blanca” que posee una cantidad desproporcionada del poder económico, político
y mediático, y que ahora, a contrarreloj y a contratiempo y desobedeciendo la
marcha y los cambios de la historia y de los movimientos sociales, pretende
seguir controlándonos y sometiéndonos.
Que no se engañen,
no nos engañen con falsas promesas y falsos vocablos como el de “feminazis”,
porque los verdaderos fascistas y nazis, los verdaderos lobos disfrazados de
corderos son ellos. No lo van a conseguir ni en España ni en Europa ni en
América Latina y ni siquiera en Estados Unidos, porque los tiempos de la
historia han cambiado y la fuerza de los movimientos sociales ya es imparable,
como lo están demostrando las mujeres españolas del 8 M y todas las mujeres
indígenas y jóvenes del mundo. No lo conseguirán.
Eso sí,
preparémonos para los últimos coletazos de los dinosaurios y de la etapa
jurásica, preparémonos porque van a ser fuertes y despiadados contra nosotras,
lo estamos viendo y sintiendo en todo el mundo, y debemos resistir con
inteligencia y con unidad entre todos los sectores subalternos, para que no
puedan vencernos ni arrinconarnos, aunque consigan retrasar nuestros logros y
retroceder nuestras conquistas y, con ello, retrasen el cambio y la transformación
de la sociedad y del mundo, que ya piden a gritos igualdad de género, étnica y
etaria y, sobre todo, exigen ya un cambio que es imparable: el de que se nos
reconozca y respete la diversidad étnico-cultural y la pluralidad de sexo y
género y, sobre todo, la igualdad real de derechos.
Si luchar por todo eso es ser, “feminazi”, lo
soy yo, y también lo son el millón de españolas y españoles y las miles de
mujeres latinoamericanas que salieron a las calles, el día 8 de marzo en todo
el mundo.
Pero no nos dejemos engañar con falsos vocablos
y denunciemos a los que realmente nos traen los viejos vientos del racismo y
del fascismo.