El fin de los partidos oligárquicos, pero no de las redes del crimen organizado

Reproducción del artículo publicado en Plaza Pública el 9 de julio de 2019.

En Guatemala, decía Edelberto Torres Rivas, siempre estamos en la tesitura de elegir entre lo peor o lo menos peor, entre el cáncer o la ELA.

Fue así como elegimos a Jimmy Morales creyendo que el candidato menos peor iba a ser la salvación. Ya vimos los resultados, que además se reflejaron muy bien en las elecciones de 2019: el FCN-Nación con el 4.15 % del total de los votos ciudadanos, rebasado por mucho a escala nacional por otros partidos como Winaq, MLP, Humanista, Vamos, Semilla y UNE.

Sin duda, estas elecciones han sido históricas y muy diferentes a las anteriores. Por primera vez podemos observar que buena parte de la ciudadanía ha emitido un voto consciente, responsable y significativo. Por primera vez podemos observar una cierta transversalidad del voto. Tanto mujeres como hombres, tanto indígenas como ladinos, voto rural y urbano, jóvenes y mayores han hecho una apuesta diferente que se ha plasmado en apoyo a partidos nuevos, con opciones que no estaban atravesadas o penetradas por la corrupción, por la violación de los derechos humanos y por el crimen organizado. Estas opciones han salido relativamente victoriosas o al menos han tenido una representación relevante en el Congreso de la República con partidos nuevos como el Movimiento Semilla, que obtuvo siete diputados; el Partido Humanista, con seis; VIVA, con siete, y otros partidos que aparecen en el panorama electoral, como el Movimiento para la Liberación de los Pueblos. Esto indica que, en un Congreso fragmentado en múltiples partidos, aunque la hegemonía pueda ser monocolor, con la UNE y posiblemente con el voto de otros dos partidos penetrados por el narco y las redes criminales, como Vamos y la UCN —cuya vinculación con el narco y el blanqueo de dinero son más que evidentes y probados—, así como con muchas acusaciones de fraude electoral aún sin resolver, por primera vez se alzan voces y partidos nuevos con un firme propósito de luchar contra la corrupción, la impunidad, el racismo, y a favor de una sociedad más justa, equitativa, plural y democrática. Este es ya un cambio significativo.

Igual de relevante me parece la desaparición casi total de los partidos oligárquicos de viejo cuño, dirigidos por hijos o sobrinos de las familias criollas, que creían ingenuamente que podían reproducir la situación de sus padres, tíos o abuelos, quienes en el pasado manejaron el país a su antojo. Creían que podrían reproducir la aristocracia política, compuesta por las redes familiares criollas que han estado ocupando el Estado y los gobiernos durante siglos. Sin embargo, no se dieron cuenta de (o no quisieron aceptar) que esta opción estaba agotada o en vías de extinción y de que, si bien en algunos casos se había dado una cierta metamorfosis de las élites de poder, mimetizadas como empresarios modernizantes, ya había llegado a su fin.

Podríamos aplicar esta reflexión a los partidos tradicionales de la oligarquía criolla, como el PAN, que solo obtuvo dos diputados; el Partido Unionista, que apenas logró tres diputados, y Podemos, una clara burla comparada con Podemos de España, con un solo diputado y cuyo alcance en número de alcaldes fue minoritario a pesar de sus esfuerzos y de los ingentes recursos presupuestarios que emplearon en propaganda, empresas encuestadoras, netcenters y fake news.

Algunos miembros de las redes familiares lograron mantenerse un poco mejor en partidos como CREO, con 6 diputados, y Todos, con 7, pero muy por debajo de lo esperado o alcanzado en la anterior legislatura y con una escasa incidencia si los comparamos con los partidos penetrados por el narcotráfico, como la UNE, con 53 diputados; la UCN, con 12, o Vamos, con 16.

Creo que el final de un modelo de partidocracia apoyado en las redes familias y en las élites de poder económico tradicional, que se niegan a cambiar de registro, de posición y de relacionamiento con sectores nuevos, debería servirles de aviso para navegantes y de reflexión para modificar su posición si no quieren verse copados y absorbidos por el otro gran monstruo alado que nos invade: las redes criminales y el narcotráfico. Es este, sin duda, el gran ganador de estas elecciones: ha demostrado tener una mejor implantación territorial y ha sido más eficaz a la hora de comprar, manipular, amedrentar o amenazar a los ciudadanos y a sus instituciones. Lo hemos podido observar en las amenazas a varios miembros del Tribunal Supremo Electoral y de otras instituciones y en las renuncias de estos porque presuntamente no se dejaron comprar o manipular por estas redes vinculadas al crimen organizado, que indudablemente son las grandes vencedoras de esta contienda y que han contribuido así a profundizar en Guatemala la figura de un narco-Estado.

Aún más sorprendente parece el resultado de las elecciones presidenciales, en las cuales, además de los dos candidatos que representan a las redes criminales y que suponen un gran triunfo de los carteles de la droga, nos encontramos con candidatos que surgen de sectores populares y campesinos. Fueron la gran sorpresa en estas elecciones, como Thelma Cabrera, del MLP, una mujer maya mam que de la noche a la mañana logró un digno resultado en la carrera presidencial: el cuarto lugar, por encima de uno de los candidatos de las redes familiares, Roberto Arzú, que se quedó con el 6.07 % de los votos, muy por debajo de la candidata del MLP, que alcanzó el 10.4 %. Una mujer indígena «analfabeta, ignorante y verdulera», según múltiples comentarios racistas y discursos de odio que se lanzaron en su contra en las redes y en los netcenters, controlados en buena parte por aquellos. De nada sirvieron para lograr un triunfo o al menos una posición digna en el escalafón de los candidatos presidenciales ganadores, en una liza de más de 19 candidaturas.

De ese modo, en la segunda vuelta nos vemos forzados a votar de nuevo por el menos pior, y en este caso resulta difícil decidir cuál es, a tenor de las fuerzas oscuras que acompañan a cada uno de los candidatos que van a la segunda vuelta y cuyos círculos cercanos están penetrados por carteles de la droga y por militares vinculados con la corrupción y los crímenes de lesa humanidad.

Como primera conclusión de estas elecciones, podríamos afirmar que nos encontramos ante una centroderecha fortalecida, una derecha narcotizada, compuesta por la UNE, la UCN y Vamos, entre otros partidos penetrados en su totalidad por el narcotráfico y las redes criminales o por antiguos criminales de guerra sin juzgar, que barren a las antiguas redes familiares, que no han querido o no han podido involucrarse en este nuevo modelo delictivo y que han perdido buena parte de su poder por no haber sabido aggiornarse. Asimismo, nos encontramos con una centroizquierda renovada, una izquierda esperanzada con el surgimiento de nuevos partidos más plurales, transversales, con el discurso de la lucha contra la desigualdad, la pobreza y el racismo, y a favor de los derechos humanos, de la igualdad de género y del respeto a la diversidad étnico-cultural de nuestro país, que les ha permitido ocupar un lugar importante en el Congreso, aunque no en la Presidencia, ya que las fuerzas oscuras se aseguraron de impedir la candidatura del Movimiento Semilla y de Thelma Aldana, clara ganadora si le hubieran permitido participar y firme defensora de la Cicig, de los derechos humanos, de las mujeres y de la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado. La consigna contra ella fue: «No importa quién gane la presidencia, pero que no sea ella». No obstante, Semilla supo paliar la situación de clara desventaja política, sin candidata presidencial y con escasísimos recursos, y logró resultados muy esperanzadores.

Ante una derecha narcotizada, atravesada por las redes criminales y del narcotráfico, y una centroizquierda renovada, de la que también han desaparecido algunos partidos de la posguerra, como Encuentro por Guatemala, se abre una ventana a la oportunidad de formar nuevos liderazgos y partidos que se unan y establezcan alianzas para luchar por un nuevo modelo de Estado plural, respetuoso de los derechos de género, de etnia y humanos, y a la vez consciente del respeto del medio ambiente y de la diversidad étnico-cultural del país. Pero el paso que ha de preceder a todo esto es reconocer a los pueblos indígenas como sujetos de derecho y de cultura; paliar, de este modo, las graves consecuencias de la desigualdad, de la pobreza y del racismo que sufren los pueblos mayas, garífuna y xinca, y continuar con una lucha frontal contra la corrupción y el crimen organizado.

Hemos ganado una batalla. Vamos saliendo del Jurásico (son los últimos coletazos de los dinosaurios), pero todavía no de la era terciaria, donde nos vamos a enfrentar con nuevos monstruos alados, a los que va a ser muy difícil desalojar del poder. Pero el saqb’e empieza a estar despejado.

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