Por Boaventura de Sousa Santos
1 Marzo 2021
Aun cuando la muerte no ha llamado a la puerta, la pandemia del nuevo coronavirus ha colado en cada hogar un insidioso soplo de inseguridad, de colapso de las rutinas más triviales, de un futuro con muchos túneles y pocas luces. La paradoja es que la pandemia ha revelado dramáticamente la fragilidad de la vida humana en vísperas de que la humanidad exhiba su inmenso potencial para transformar la vida por medios tecnológicos, la llamada cuarta revolución industrial, la revolución de la inteligencia artificial. La pandemia está siendo un drama global, pero la fragilización efectiva que produce está siendo muy selectiva. Ha afectado principalmente a las poblaciones ya vulnerabilizadas por pandemias anteriores de las que han sido víctimas durante décadas e incluso siglos: las pandemias de la pobreza, del hambre, del desempleo, de la falta de acceso a la salud y a la vivienda, de la discriminación racial y sexual, de la brutalidad policial.
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