Casaús Arzú: “Estas nuevas propuestas (…) indican que los pueblos mayas tienen una hoja de ruta para Guatemala”

La pregunta de ‘Zavalita’ –el famoso personaje de Vargas Llosa– también nos resuena: ¿Cuándo se jodió Guatemala?

– Me parece que ‘Zavalita’,  un personaje situado en Conversaciones de La Catedral, resume la percepción de un grupo social determinado: hombre, mestizo, urbano, clase media alta, de izquierda y periodista; lo que sitúa su pregunta y su mirada en una óptica determinada que, para el caso de Perú o de Guatemala, representa la de un fragmento de la población que se pregunta angustiado por el ‘cuándo’ en lugar de preguntarse por ‘el qué, el cómo y el a quién afectó’ más la crisis de legitimidad permanente de América Latina. La pregunta es excelente, pero la respuesta varía en función de quién la plantea y de sus circunstancias.

Retomando a Vargas Llosa, en su magnífico libro, ‘Tiempos Recios’, el autor no tiene una mirada unicausal,  sino más bien busca las diferentes ópticas y causas que provocaron el asesinato de Castillo Armas.  En su búsqueda de fuentes de inspiración para su novela descubre algo que todos sabíamos, que Estados Unidos y las multinacionales, en este caso la UFCO, y un personaje siniestro pero brillante, como Edward Bernays, tuvieron una gran responsabilidad a la hora de difundir la ‘fake news’ que se convirtió en la verdad absoluta, hasta el día de hoy: que ‘Guatemala corría peligro de que se convirtiera en comunista,  y “ aunque es irreal, a nosotros nos conviene que se crea que es cierto, sobre todo a los Estados Unidos’” (2019:22) y desde entonces es el bulo de larga duración, a su juicio, que no solo jodió Guatemala o a Perú sino a todo América Latina.

Pero el problema no radica en “cuándo se jodió Guatemala”, sino en, con sus palabras,  “a quién o quiénes afectó más” y a quiénes condenaron a la miseria, a la explotación extrema y a la negación de su cultura y su cosmovisión. 

Por eso, desde mi identidad de  mujer, mestiza/ ladina y miembro de una familia de la oligarquía, de las pocas que no se consideran blancas o criollas y que no  les importa denunciar o defender aquellas causas que considera  que son los fundamentos histórico-políticos que nos han llevado a “estar como estamos”, me voy a situar en una posición discursiva difícil. Por una parte, desde esta identidad híbrida y compleja de intelectual y académica, en una sociedad polarizada y estigmatizada por unas dicotomías falsas como son las de: comunista/ anticomunista, indio/ ladino, bueno/ malo, católico/ evangélico,  y por la otra, voy a intentar recoger el discurso de aquellos a quienes los grupos privilegiados no les dan ni la voz que les corresponde ni la representación social y política que deberían tener en los medios y en los espacios políticos y económicos, ni el reconocimiento que, como ciudadanos/as y pueblos indígenas, deberían tener  y que, en el siglo XXI, les siguen negando su lugar. 

Es por ello por lo que, sin querer hacer ventriloquía ni apoderarme de unas voces que no son las mías, quiero analizar estas preguntas desde esa doble óptica, entre la dominación y la resistencia de los pueblos indígenas, de las mujeres y de otros sectores subalternos, que no poseen ni la representación ni los espacios para expresar sus proyectos y cuestionamientos,  y mi propia percepción del grave problema por el que atraviesa el Estado, la sociedad, la ciudadanía y los pueblos indígenas, en Guatemala y Centroamérica.

En 200 años de vida formalmente independiente ¿cuáles son los momentos críticos que marcaron el rumbo del país?

– La pregunta es un tanto vaga y capciosa porque el señalar esos momentos críticos que han marcado la historia del país depende desde la perspectiva que los  analicemos y la de ‘quiénes son los que analizan esos momentos catárticos’. 

Si se analiza desde la perspectiva de la colonialidad del poder y de los sectores subalternos, es decir desde la óptica de la dominación y de la resistencia, los momentos críticos no coinciden. 

Desde la perspectiva maya, el colonialismo alude a una forma de dominación como lo plantean, el doctor Édgar Esquit, la doctora Aura Cumes, la doctora Gladys Tzul. La conquista y colonización, sin duda, fueron momentos críticos y dramáticos para los pueblos originarios, porque este colonialismo integrador/segregador y racionalista, marcó un antes y un después en su desarrollo histórico, político, social y cultural, como dicen algunos de  sus mejores intelectuales mayas- k’iche’,  como el doctor  Rigoberto Quemé. 

“América no fue ’descubierta’, sino inventada e integrada al imaginario geopolítico cristiano occidental de un modo tal que, por un lado, se encubrió a los pueblos originarios y, por el otro, se exaltaron las civilizaciones prehispánicas, cuyos conocimientos, tejidos, indumentarias, comidas, paisajes, costumbres, bailes, ritos, mitos, vestigios de ciudades y altares fueron apropiados para ocultar y justificar el robo de tierras y de territorios, la explotación, la exclusión, la violencia y el desprecio de los pueblos colonizados, realidad ausente en la narrativa oficial del Estado colonial. ¡Qué viva el indio muerto! Tal es la consigna colonizadora”. 

En cambio, el momento de las Independencias, sin duda, para las elites de poder  fue un momento heroico de emancipación de la “madre patria”, para anexionarse rápidamente a México y, posteriormente, para establecer una serie de luchas intestinas entre bandos, caudillos y repúblicas centroamericanas. 

En términos generales, la historiografía ha abordado poco la participación indígena en los procesos de Independencia y cuando lo ha hecho ha sido de forma marginal,  entendiéndolos como una mera continuación de los “motines de indios” que habían salpicado la historia de la colonia. No obstante, en los últimos años, investigadores como, Aaron Pollack, Pedro Ixchiú o Gladys Tzul Tzul se han dedicado a resaltar las dimensiones profundamente políticas que tuvieron las rebeliones, los levantamientos y las insurrecciones indígenas en el altiplano de Guatemala. Así, el historiador Pollack ha rastreado una serie de movilizaciones importantes, como las sublevaciones de Patzicía, Momostenango, Totonicapán. Por su parte la investigadora k’iche’, Gladys Tzul Tzul, ha desenterrado la historia de la participación de las mujeres indígenas en la gran rebelión de Totonicapán del verano de 1820, cuando los líderes Atanasio Tzul y Lucas Aguilar defendieron su autonomía de la corona española. Otros autores,  el doctor Carlos Fredy Ochoa ha realizado importantes descubrimientos sobre la insurrección de Atanasio Tzul y la simbología del trono, devuelto recientemente a los 48 Cantones de Totonicapán.

A pesar de estas recientes relecturas, que resaltan la importancia de la movilización de las comunidades indígenas durante el periodo de la Independencia, al cumplirse el año 2021 –fecha que marca el segundo centenario de la independencia de la región– los gobiernos del Istmo se han inclinado por la organización de una serie de conmemoraciones que siguen invisibilizando a los pueblos originarios y afrodescendientes, atribuyen el protagonismo en exclusiva a los “próceres” criollos e ignoran los elementos de continuidad, propios del periodo colonial pero que perduraron durante el periodo republicano y de la formación del Estado liberal y homogéneo y llegan hasta hoy en día.  

De este modo, la gran mayoría de las autoridades mayas en Guatemala se han pronunciado y movilizado en contra de las celebraciones del bicentenario, especialmente ante la utilización por el gobierno de las ruinas de Iximché como escenario en el que se inauguraron oficialmente las celebraciones, así como por la crítica a los gastos desmedidos para la conmemorar un evento que no tiene más objeto que el de rememorar glorias pasadas de la historia oficial, pero que no representan al conjunto de la población. Al mismo tiempo que amplios sectores de la ciudadanía se sumaban al boicot de las conmemoraciones, movilizándose a partir del hashtag #200NadaQueCelebrar,  o han preferido verlos desde una óptica crítica y emancipadora.

De forma similar, la prensa guatemalteca ha acogido un recio debate entre intelectuales indígenas y  mestizo-ladinos, en el que diversos autores han calificado las festividades de “conmemoraciones criollas”, “delirios de raíces coloniales”, “bicentenariadas” o “bicentenario de la patria criolla, racista y misógina”, entre otros. Los términos mencionados han sido utilizados por académicos y por periodistas: Iduvina Hernández, Carolina Sarti  o Rigoberto Quemé.  Jaime Barrrios Carrillo hace una dura crítica al gasto y a la inconsistencia e incongruencia de la conmemoración del bicentenario; Sandra Xinico Batz se refiere a la conmemoración  de “la patria del blanco” e Irma Alicia Velásquez Nimatuj cuestiona las celebraciones como resabios coloniales del Estado ladinocéntrico.

A mi juicio y por ello hemos celebrado unas jornadas en la Fundación María y Antonio Goubaud, el bicentenario debería ser un momento de interpelación al Estado por parte de los  pueblos indígenas, las mujeres y otros grupos subalternos, acerca del porqué fueron invisibilizados o no se les tuvo en cuenta en la formulación de un nuevo modelo de Estado y de Nación Independiente. Esta mirada crítica y emancipadora debería permitir al conjunto de ciudadanos y Pueblos originarios reflexionar sobre su pasado  y  cuestionar el paradigma de la dominación, del racismo y de la exclusión,  y contemplar la alteridad, el pluralismo cultural y la diversidad étnica y de género, desde un pensamiento crítico de los sectores marginados o invisibilizados.

No podríamos detenernos en otros momentos clave para entender la historia reciente del país: uno de ellos, sin duda, fue el conflicto armado y la etapa de la contrainsurgencia que terminó con un genocidio y crímenes de lesa humanidad en contra de los pueblos indígenas, las mujeres y la población civil no involucrados en el conflicto; otro momento clave fue el de los Acuerdos de Paz, en 1996, especialmente el Acuerdo de Identidad de los Pueblos Indígenas (AIDPI). Abrieron una ventana de oportunidades para establecer nuevas formas de diálogo y negociación y transformar la naturaleza de un Estado monoétnico y homogéneo en un Estado multilingüe, pluricultural y multiétnico. Sin embargo, se perdieron las oportunidades de realizar las transformaciones que el Estado necesitaba. Otro momento, sin duda, fue el de las manifestaciones de abril-mayo de 2015 y la dimisión del Presidente, Vicepresidenta y de buena parte de sus ministros;  supuso otro hito clave en el que la población y la alianza de múltiples sectores demostraron su indignación frente al Estado corrupto y al abuso de poder de sus aparatos. Sin duda, coincido con Richard Aikenhead, Estuardo Porras Zadik, Édgar Gutiérrez, Carolina Sarti, Irma Alicia Velásquez, Martin Toc, Rigoberto Quemé, Andrea Ixchiú y otros muchísimos ciudadanos y ciudadanas,  en que la coyuntura que estamos viviendo y el malestar entre la población son generalizados;  la indignación y el hastío de los movimientos y organizaciones indígenas muestran su descontento ante un ‘estado corrupto y cooptado’, llevando a cabo una serie de manifestaciones y paros a escala nacional que indican, una vez más,  la escasa legitimidad del gobierno actual y la crisis institucional tan profunda en la que nos encontramos. En la última encuesta de opinión pública, se refleja que el grado de descontento y desafección hacia el gobierno, los partidos, el Congreso y los empresarios superan el 70 por ciento de las respuestas de los encuestados; señala que los principales problemas que aquejan a la población son la falta de empleo, el COVID y la corrupción.

Ante esta coyuntura, los movimientos mayas nos ofrecen una serie de propuestas sobre la refundación del Estado y la nación que me parecen muy interesantes y de las cuales hablaré a continuación.

La apertura democrática en 1985, los Acuerdos de Paz de 1996 y el embate al narcotráfico, la corrupción y la impunidad, entre otras, han sido las oportunidades que, por lo visto, no hemos podido aprovechar. ¿En qué hemos fallado?

– Yo creo que hemos fallado en muchas cosas como Estado, como nación y como sociedad civil en general; pero no se trata de analizar los fallos sino la pérdida de unas oportunidades que no supimos aprovechar –o que ciertos sectores que controlan el poder y la economía, que venimos llamando ‘elites de poder’, tanto militares como civiles  no quisieron ver–  que  brindaban la apertura democrática y los Acuerdos de Paz y que, por el contrario, se cerraron en banda, trataron de volver a viejos o modelos  económicos trasnochados –como el del neoliberalismo– y a viejas formas de gobernar autoritarias pero con apariencia de democracias formales, que no respetan la división de poderes sino que tratan de continuar reproduciendo viejos patrones de dominio, racismo y explotación.

El grave fallo fue no darse cuenta de que la crisis de legitimidad del Estado y de la nación se iba profundizando cada día más. Pensaban que con un cambio de imagen y con ciertos retoques legales y formales podrían continuar con un modelo corrupto y con una economía basada en el beneficio de unos pocos, pero sobre todo con la utilización del aparato del Estado para su propio beneficio. Este proceso de deterioro de los límites de un Estado de derecho han ido causando una profunda desconfianza y un hastío en la población que, poco a poco, se ha ido acumulando hasta llegar a la situación actual, en donde los pueblos indígenas y el interior del país lideran la protesta.

En lugar del cuándo, habría que preguntarse ¿cuáles son los factores que aceleran la profundización de la crisis de legitimidad?

El problema se agudiza, cuando factores exógenos como la CICIG, solicitada por unos gobiernos, el de Berger-Stein, entran en juego con el tándem Aldana-Velázquez y empiezan a destapar todo, la corrupción y los casos de prevaricación,  y a exigir que se cumpla la ley y se respete  la división de poderes y, además, se empiezan a imputar a ciertas familias que no pagan sus impuestos o a miembros de las redes familiares vinculadas a negocios ilícitos y al blanqueo de dinero. Entonces, la estructura frágil y fragmentada de poder empieza a resentirse. Si a ello le unimos los juicios por genocidio y crímenes de lesa humanidad, en donde los pueblos mayas empiezan a tomar la palabra y a denunciar a una serie de militares de diverso rango –desde generales hasta mandos medios– implicados o involucrados en el genocidio y los crímenes de lesa humanidad, y se producen sentencias condenatorias en su contra, el aparato del Estado, ya por sí mismo frágil y desgastado y con cada vez con menor apoyo de la población, empieza a resquebrajarse, y decide defenderse con una elite de poder cada vez más cerrada y endogámica  e intentar seguir controlando el Estado y protegiendo sus privilegios de clase. Esa decisión de cooptar del Estado, sus instituciones y tribunales y de continuar protegiendo al pacto de corruptos y sus negocios ilícitos, con el apoyo de cierto sector de la judicatura y del Ministerio Público, es la gota de agua que provoca la crisis actual, sumiendo al país en un callejón sin salida, que hasta sus propios intelectuales orgánicos son capaces de verlo y de advertirlo, con palabras tan fuertes como, “‘Esta no es una crisis coyuntural, es el cántaro a punto de romperse”’.

Sin embargo, esta elite de poder en lugar de escuchar a sus intelectuales orgánicos como hacía antes –me refiero a la transición democrática de 1985, con personajes como Fernando Andrade Díaz Durán– les margina y descalifica tachándoles de “‘chairos, comunistas, traidores”’, sin darse cuenta de que están arrastrando al país a una crisis sin final,  como la venezolana, la nicaragüense o la hondureña.

Pero hay dos factores más, uno externo y otro interno, que son clave para entender esta crisis de dominación oligárquica, o del núcleo oligárquico, entendiendo por ello,  un pequeño grupo que controla una cantidad desproporcionada del poder político-económico, maneja ciertos medios y las redes social. No se comprende cómo esta derecha recalcitrante no se da cuenta del cambio del contexto nacional e internacional 

Esta falta de visión, solo se explica por su ignorancia, su pánico, su negación frente a la realidad o sus pésimos consultores extranjeros. La primera, es el cambio en la Administración norteamericana y su política para Centroamérica, debido al interés de Estados Unidos en frenar la inmigración, como se evidenció durante el viaje de Kamala Harris,  y en relación a la corrupción, por el apoyo a otros sectores del empresariado con una conciencia social, de cambio de la política económica hacia un modelo de desarrollo sostenible y de lucha contra la desigualdad, la pobreza, que dé prioridad a los sectores vulnerables de la población, las mujeres, los pueblos indígenas y los niños/as. Frente a este cambio, que pareció evidente durante el viaje de la vicepresidenta y que marcó una línea roja en sus discursos y reuniones, el Ejecutivo continúa provocando al Gobierno norteamericano y saltándose la ley. La expulsión del magistrado de la FECI,  Francisco Sandoval,  y  la cooptación de los tribunales, frente a las advertencias y amonestaciones del Departamento de Estado norteamericano, se cierran en banda y se proponen buscar aliados a Rusia y a China. Entonces ¿en qué quedamos? Estos países ¿no representaban el eje del mal y del comunismo internacional que iba a terminar con Guatemala y ahora resulta que son nuestros aliados y nuestros socios?

No sé si entenderlo como el colmo de la incongruencia y de la insensatez o como el final de una etapa y de su suicidio como elites económicas y políticas, con sus días que están contados si no cambian de rumbo, como les advierten sus propios intelectuales.

El otro factor endógeno mucho más relevante y decisivo, fruto de su ceguera y su racismo histórico-estructural y de su soberbia, es el de no darse cuenta de los profundos cambios que se han producido en las organizaciones mayas y en los pueblos originarios, quienes desde tiempos históricos vienen resistiendo y luchando por sus derechos colectivos como pueblos y por sus identidades étnico-culturales. 

Los Acuerdos de Paz, especialmente con el Acuerdo de Identidad de los Pueblos Indígenas, brindaron la oportunidad de abrir nuevas ventanas, reforzar los derechos individuales y colectivos de los pueblos indígenas y de las mujeres mayas como sujetos centrales de los movimientos sociales. Se produjeron algunos avances, en los derechos étnico-culturales más que en los económicos. En el fondo, se trataba de una lucha ideológica entre diferentes formas de gestionar la diversidad, lo cual implicaba diferentes modelos de nación y de concepciones de los derechos políticos, sociales y culturales, que se expresaron en diversas posturas políticas.

El primer error colectivo fue el referéndum para la reforma constitucional de 1999. Las discusiones entre intelectuales mayas y mestizo/ ladinos sobre el modelo a seguir y, sobre todo, la campaña racista –“ los mayas nos quieren dividir y hacer de Guatemala un Kosovo”–  provocaron el triunfo del No a las reformas constitucionales. Sin embargo, la experiencia sirvió para ir avanzando en el terreno de las identidades étnicas, de los diferentes imaginarios de nación étnico-cultural y en las luchas sociales y políticas por el territorio, por la soberanía de la tierra y del subsuelo, por el pluralismo jurídico y los derechos humanos.

Un tercer debate que ocupó parte de la agenda pública y política fue el tema del racismo y la discriminación, no como un factor ideológico sino como un elemento histórico-estructural que generaba pobreza y desigualdad, y de cómo el racismo y la discriminación étnica y de género se originaba, en buena parte, desde un Estado racista  monoétnico y excluyente que afectaba sustancialmente a las condiciones de pobreza, exclusión y desigualdad.

El último debate que se perdió,  o no se resolvió en la década de los 90, fue el de las autonomías y el autogobierno de los pueblos indígenas y la necesidad de establecer nuevos márgenes de autonomía. Los ocho puntos de la propuesta del doctor Demetrio Cojtí,  en sus libro ‘La difícil transición al Estado Multinacional, el caso del Estado monoétnico de Guatemala’, en donde se planteaba, además, la refundación del Estado, proponía la territorialización de los idiomas mayas y el respeto de los derechos colectivos de los pueblos indígenas. Fueron el germen de un largo debate y de conquistas que se derivaron del AIDIPI y de las luchas de los movimientos,  que fue alimentando y fortaleciendo a todas las organizaciones y que, ahora, reaparecen en los proyectos de diversas organizaciones mayas con una fundamentación más sólida acerca de la forma de refundar el Estado y la nación, a partir de con un diagnóstico muy completo de la situación del país. 

Si tuviera que achacar algún fallo a la sociedad civil y no solo a sus gobernantes, partidos políticos e iglesias, sería la escasa alianza que hemos tenido entre ciudadanos y pueblos de diversas identidades étnico-culturales y de género. Nuestra enorme miopía al no habernos unido en torno a temas clave y, en particular,  durante los procesos electorales, en temas que eran del interés de toda la población como: el derecho a un trabajo digno,  a la educación, a la salud, a un desarrollo más equitativo,  a una justicia para todos, y en la lucha en contra de la impunidad y la corrupción y a favor de nuestros derechos fundamentales, del respeto al medio ambiente y a los derechos humanos.

Por otra parte, no haber sido capaces de tomar la calle y denunciar con mayor fuerza y unidad todos los males que aquejaban a nuestro país. ¿Miedo a la represión?, ¿comodidad en nuestro espacio de confort?, ¿egoísmo, intereses contrapuestos, divisionismo, falta de motivación, desconfianza? Habría que analizarlo, pero en cualquier caso, la falta de unidad ha jugado en contra nuestro y la elite de poder ha sabido utilizar todos esos fallos y debilidades.

Sin embargo, en esta coyuntura, frente a una crisis orgánica sin precedentes y frente a una incapacidad del gobierno y de sus operadores de hacerle frente, se vuelven a abrir nuevas ventanas de oportunidad que deberíamos saber aprovechar porque como dice un gran intelectual: nos quedan pocas oportunidades para salir fortalecidos y no más debilitados de esta crisis de larga duración.

¿Qué lecciones deberíamos de extraer como sociedad de esos momentos críticos?

– Voy a ser muy sucinta en este sentido, para tratar de explayarme en las otras preguntas:

A pesar de todo lo que estamos presenciando en los retrocesos en la justicia, en  la cooptación de los tribunales de justicia, Constitucional y Supremo, frente a los intentos desesperados de un gobierno corrupto, corporativo, cooptado, excluyente o como se quiera tipificarlo, se une la pandemia del coronavirus y la pésima gestión de la vacunación por el gobierno –siendo uno de los países con menores índices de vacunación del mundo–. Guatemala es un gran país y tiene un capital social y humano extraordinario y ha demostrado una enorme capacidad de adaptación y de resistencia a la dominación y ha encontrado estrategias de resistencia y vías creativas para luchar contra la injusticia y el abuso de poder. 

  1. No cometer los mismos errores del pasado y no seguir tapando el sol con un dedo intentando volver a una situación pretérita que ya no es sostenible y que además es inviable como país y como Estado.
  2. Intentar dar soluciones a las demandas de los pueblos indígenas, las mujeres y los sectores sociales que exigen cotidianamente, por medio de comunicados, manifestaciones o paros nacionales, el respeto de sus derechos elementales, el derecho a un desarrollo armónico y equitativo, respeto a los derechos humanos y  el respeto propio del Estado de derecho y la justicia social.
  3. Dejar de desconocer a los otros que, de hecho, son el conjunto de la población guatemalteca, como ciudadanos/as y pueblos que buscan su reconocimiento como tales, y exigen el cumplimiento de los convenios internacionales, entre ellos, el Convenio 169.
  4. Intentar  convencer o abrirle los ojos a los sectores más recalcitrantes del país, vinculados con asociaciones y corporaciones económicas que no representan los intereses del conjunto de la economía y que, en las encuestas de opinión pública, salen muy mal parados, para que comprendan la necesidad de buscar otras formas de economía para el desarrollo sostenible y sustentable que favorezcan un reparto más equitativo de la riqueza nacional.
  5. Dejar de seguir avalando una economía de privilegios y concentración del poder económico-financiero-político para dar paso a una economía abierta de mercado que intente favorecer al conjunto de los empresarios  que no forman parte de esa elite de poder y que comparten una nueva visión de la economía mundial.
  6. Dejar de negar el papel relevante de las mujeres, del movimiento feminista y de diversidad sexual y de los pueblos indígenas, como si negando su relevancia o existencia desaparecieran del escenario como fuerza social y política.
  7. No permitir que, en un país laico como reza la Constitución guatemalteca, las Iglesias católica y evangélicas se inmiscuyan en los asuntos que competen al poder civil ni que hagan declaraciones a favor o en contra de temas que no les competen.
  8. Evitar actitudes, prácticas y comportamientos racistas y discriminatorios étnicos, raciales y de género que no ayudan para nada a buscar espacios de diálogo y negociación entre los diversos pueblos y ciudadanos/as que habitan el país.
  9. No permitir que las elites de poder y las redes familiares copen y ocupen todo el espacio de la política nacional y monopolicen la voz de todos los guatemaltecos, cuando existen amplias mayorías que no están siendo escuchadas ni reconocidas en sus derechos individuales como colectivos.
  10. Dejar que la justicia funcione de forma independiente y se cumplan aquellos juicios en contra de personas militares o civiles que han violado sistemáticamente los derechos humanos y han cometido actos de genocidio y  crímenes de lesa humanidad.
  11. No permitir que se sigan produciendo en el país violaciones a mujeres, femicidios y femigenocidios sin que estos sean juzgados y castigados debidamente y con resarcimiento moral y material para las víctimas.
  12. Buscar nuevas alianzas entre diversos grupos de ciudadanos/as junto con los pueblos mayas y los nuevos empresarios modernizantes en la búsqueda de soluciones que favorezcan al conjunto de la población para convocar una Asamblea constituyente.

¿Cuáles son los principales riesgos y amenazas que enfrenta el país en la próxima década?

– Mire, esto es muy complejo y merecería una explicación amplia y detallada, pero los riesgos mayores, en términos generales,  son:  que desaparezcamos como país y como nación o que la polarización se convierta en un conflicto de mayor amplitud, debido al hambre, a la pobreza y a la falta de oportunidades de las personas que no están suficientemente preparadas para acceder a un trabajo y no tienen acceso a un puesto digno, y a que esta situación de ingobernabilidad vuelva a tratar de solucionarse por la vía de la represión, de la inoculación permanente del miedo y por la desinformación de los ‘netcenters’ y de los conspiradores oficiales. Esto sería el peor de los escenarios.

 
¿Qué fortalezas y oportunidades tiene aún Guatemala para escapar del laberinto perfecto, es decir, sin salida, en que se ha convertido?

– Desde que se firmaron los Acuerdos de Paz, un grupo de intelectuales mayas y mestizo/ladinos venimos reflexionando acerca de que uno de los problemas graves de Guatemala es que la formación del Estado nacional precedió a la nación y no se ha dedicado ni tiempo ni esfuerzo para singularizar los rasgos identitarios étnico-culturales y cívico-políticos que conforman una nación; de modo que hemos sido estados sin naciones y ese elemento ha sido uno de los principales causantes de los permanentes déficits de legitimidad de nuestros estados nacionales, al no haber sido capaces de reconocer al conjunto de una población pluriétnica, multilingüe y multicultural, ni sus identidades ni sus derechos.

Coincido con muchas/os intelectuales mayas, entre ellas: Irma Alicia Velásquez Nimatuj y Gladys Tzul, Edgar Esquit, entre otros muchos, en el diagnóstico de que Guatemala es un Estado fragmentado e inconcluso, con escasa construcción y presencia de identidades étnico-culturales. La naturaleza de ese Estado liberal, a juicio de Tzul, es como la de un archipiélago que es incapaz de cubrir buena parte de su territorio ni las necesidades básicas de la población;  o, como opina Irma Alicia Velásquez Nimatuj, se conformó como un Estado ladinocéntrico, apoyado  en una estructura social, político y cultural muy débil, pero muy fuerte en el ejercicio de la violencia, la coacción y la represión y que, en estos momentos, ataca y castiga a su ciudadanía ladina por hacer cumplir la ley. 

Por último, una de las grandes fortalezas en los últimos años han sido los movimientos de mujeres feministas ladinas como Ana María Cofiño, Yolanda Aguilar, Ana Silvia Monzón; y mayas como, Victoria Tubin, Francisca González, Aura Cumes y los aportes que han hecho desde diversas ópticas del feminismo al movimiento de mujeres. Los diversos grupos de mujeres mayas, manifiestan cada día, con fuerza y coherencia la violencia patriarcal y la lucha contra el abuso de poder, el femigenocidio y el femicidio, entendiéndolo como un tipo de violencia que abarca el ámbito público y privado, y que justifica, mediante el racismo, el machismo y la misoginia las desigualdades de género y el clasismo. Para Francisca Gómez Grijalba, el sistema patriarcal legitima y reproduce distintos tipos de violencias en contra de las mujeres provocando un etnocidio, femicidio y ecocidio.

Muy interesantes me parecen las nuevas propuestas que surgen de diferentes movimientos y plataformas de Pueblos Mayas,  que a pesar de sus diferencias, todas ellas hacen un diagnóstico exhaustivo de la situación económica, social y política, y exigen en términos generales, una refundación del Estado y de la nación y la convocatoria de una Asamblea constituyente. Propuestas que, en su conjunto, reflejan la necesidad de un cambio institucional y político profundo y la necesidad de instaurar una democracia participativa, así como una reforma de la legislación y de la economía.

La Coordinación y Convergencia Nacional Maya, Waqib’ Kej, propone la refundación del Estado para que sea verdaderamente plurinacional y democrático, garantice el bien común y genere nuevas relaciones entre los pueblos, los diferentes sectores sociales, obreros y mujeres. Waqib’ Kej, plantea, como otras organizaciones –CODECA, ASERSA, CPO, MOLOJ– refundar el Estado y la nación a partir de la conformación de una Asamblea Constituyente que configure los sistemas jurídico-políticos y económicos del país. El Consejo del Pueblo Maya, propone cuatro pactos  para la construcción de un Estado Plurinacional, por medio de una reforma constitucional, un pacto político para instaurar una democracia comunitaria, participativa, representativa, un pacto económico, el pacto de justicia y el cultural que erradique el racismo y la discriminación y respete la cultura y la cosmovisión.

Por último, otras entidades, como las Autoridades ancestrales de los 48 Cantones de Totonicapán, proponen un conjunto diferente de tácticas y propuestas, centradas en la movilización popular, empresarial e interétnica, con el objetivo de luchar contra la corrupción y garantizar el respeto de los derechos de los pueblos indígenas, el pluralismo jurídico, y la soberanía territorial. 

En cualquier caso, todas estas propuestas indican que los pueblos mayas tiene una hoja de ruta para Guatemala; podemos estar de acuerdo o no, pero debemos  reflexionar sobre ello y aceptar su invitación a discutir, aportar y acompañarles, en términos de igualdad, así como negociar conjuntamente, cuál ha de ser nuestro proyecto de refundación del Estado y de redefinición de la nación y qué cambios y transformaciones creemos que son imprescindibles para dejar de ser un Estado fallido o un Estado cooptado y racista que se dirija hacia su suicidio político o su propia autodestrucción.

Por último, hemos de considerar otro asunto, que lo apuntan muy bien Édgar Gutiérrez, Carolina Sarti y otros periodistas y académicos. Es el hecho de que, quienes, hoy por hoy, están liderando los movimientos populares de oposición a la corrupción institucional, al capitalismo extractivista y depredador, y  a la represión violenta y la violación de los derechos humanos, como único método de gestión del descontento social, y quienes se oponen a los abusos de poder e intromisiones en la justicia son los pueblos mayas, las mujeres y ciudadanos/as mestizo-ladinos/as que, frente al miedo a la represión, se lanzan a las calles y a las plazas para defender los derechos de todos y todas las guatemaltecas/os.  Creo que es una lección que todos deberíamos aprender. Nosotros, como pueblos y como ciudadanos, nos merecemos algo mejor y no debemos callarnos sino exigir el derecho a disentir.

Esta entrevista forma parte del especial “Resquicios para salir del laberinto perfecto”. Puedes consultar las otras entrevistas aquí.

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